11 de enero de 2012

2011: Los Mejores LP's (17-09)



Viene a bien que Warp absorte sus pecados recientes retomando la etimología común de su misticismo: lo abstracto. Seefeel pone fin a un silencio de 14 años con el lanzamiento de un homónimo en la casa del morado y blanco en Sheffield: Mark Clifford y Sarah Peacock, cabezas principales del grupo, enlistaron a Shigeru Ishihara y Iida Kazuhisa remplazando a Daren Seymour y Justin Fletcher al bajo y batería respectivamente, quienes no han podido ser parte del reencuentro del grupo por responsabilidades ajenas; sus remplazos, músicos japoneses, aportan sustancial distanciamiento de las costumbres comunes del grupo, más aun están altamente aparentadas con las mismas. Ishihara, mejor conocido como DJ Scotch Egg, estrella del gabba breakcore (de aquellos géneros los cuales parecieran solo ser propiedad japonesa) no solo es extrañamente pulcro; su clase para aportar detalles resulta interesante al uso del bajo como abrupto instrumento percusivo. Kazuhisa por su parte tiene un historial del abuso en los tambores; un repaso por el mismo es la revelación de toda una carrera a un lado de Boredoms, y aquí presume las instancias de su arte: los dos han creado una base rítmica tan estimulante como hipnotizante, que sirve de (in)estable invocación a las guitarras y atmosferas procesadas de Clifford y las voces de Peacock: cuya fórmula se erige de sugerentes texturas y ambientes. Mitad abstracción, mitad banda de rock, el grupo de Londres siempre ha trabajado en una idea híbrida en medio del shoegaze y la idm. Seefeel, tanto el grupo como el álbum, es exactamente una continuación de sus trabajos pasados. Aun con el cese momentáneo del grupo de más de una década y el cambio de formación, el material no cae muy lejos de lo que podríamos suponer una continuación coherente del (CH-BOX) del 96. Y eso es tan bueno como malo. El abanico de expresiones propias del grupo se repite de manera correcta, pero el cuestionamiento es si en realidad se necesita hacerlo: claramente seria más reconfortante defender y celebrar un material que alabe las ideas propias de Clifford y Peacock, pero un retorno en forma que ha tomado tanto tiempo debería en su caso reafirmar su sonido y reinventar su porvenir. Aun así su homónimo apunta un ciclo que bien podría volver a existir, y si en su caso eso significa aun más discos del grupo londinense, uno no podría esperar menos.


Lejos de ser un tributo a Pantera, Vulgar Display Of Power suena al metro Balderas a las cinco de la tarde; a Tlatlelolco en technicolor y a las aceras de las partes más olvidadas del centro histórico por la noche. Hugo Quezada, Alejandro Heredia y Alfredo Moreno, personajes detrás del proyecto, lejos igualmente de hacerle un tributo al industrial, al krautrock y el synthpop, condicionan su propio estilo con la marca geográfica de su entorno. Eso sí, sería difícil creer que alguien podría entenderlo si se le viera de una manera superficial. El sonido de Robota juega con la brevedad de su propuesta: de antemano conocemos sus elementos, pero no hay una pizca de ingenuidad o deshonestidad en su trabajo; su edición en acetato es una pieza circunstancial igualmente. La mención del octavo disco del grupo de trash texano es inevitable; pero escuchando Vulgar Display Of Power hay una línea que recalca la personalidad única de su titulo. En detalle podríamos recurrir a la sospecha y llegar a la conclusión de que se trata de un estudio sobre la relación del ser humano con la tecnología, muy a pesar de la misma raza humana y del avance, sano o no, de la propia tecnología. Inconcluso queda el asunto, claro, pero sin duda podríamos sacar provecho de la interrogación para tratar de entender un trabajo como este emparentándolo a esa hipótesis; tanto ideológica como sonoramente. Tiene mucho sentido si se le ve de es manera. La lucha contra las maquinas y el abuso de ellas para luchar entre nosotros mismos.

La última entrega de la SYR, colección/sello paralelo del grupo neoyorkino dedicado a editar sus trabajos menos ortodoxos (siendo Matador quienes editan lo demás) bien podría terminar siendo otro gran clásico del grupo. Y no es que las demás entregas de la serie no tuvieran el potencial, pero, en ejemplo, la colaboración con Merzbow no la veo circulando de manera de manera tan sencilla al influjo que produce esta. Siempre hiperactivos, el lanzamiento aun así sigue la misma línea de la serie: Simon Werner A Disparu, la novena entrega, es tan impredecible como las demás. Funge tanto como álbum instrumental de cortes fugitivos como soundtrack del film francés del mismo nombre, quizás por este motivo las guitarras suenan mas filosas que inexactas, donde las jazzmaster de Lee Renaldo y Thurston Moore se adentran en esquemas ejemplares. Kim Gordon y Steve Shelley mantienen la forma y el detalle; inclusive se puede notar la tensión entre la melodía y el ritmo, aquella que los ha mantenido repletos de elogios. Thème d'Alice por ejemplo, con sus 13 minutos de duración, es SY en completo; los planos usuales del grupo y sus ideas que conforman las canciones se plasman como agua en cauce turbulento; todo se mueve al mismo tiempo y termina convirtiéndose y cambiando de forma. Hay algo sigilosamente peligroso. En el sentido de que Sonic Youth se consagre como grupo, está de menos; a estas alturas prescindir de un nombre tan pesado es inimaginable tratándose de los neoyorkinos, pero sin duda cada paso que dan intuye que la genialidad no es una esponja para ellos; su talento puede dejar a un lado lo cotidiano y escarbar en las preocupaciones personales como grupo, un lujo que pocas agrupaciones se pueden dar. En vísperas de su aniversario número 30, es impresionante ver como una agrupación con tal carrera sigue vigente y sin conformarse con lo que han logrado. Más aun que tengan la capacidad de sorprender a su público que usualmente nunca pasa hambre con su música.

Teniendo en cuenta el catalogo y rooster que Thirman Records cuenta, al parecer Jack White duerme con un ojo abierto y con el otro entrecerrado: la última adquisición del sello fue hacerse de la marca del viejo Seasick Steve; quien puede presumir de una reputación como pocos pueden: trovador de pueblo y polvo, llego a amigarse con Janis Joplin, participo en los primeros discos de Modest Mouse, gusta de los instrumentos personalizados y la bebida ocasional; si es que alguien aun tiene aquella fuerza e iconografía de blues de Chicago y la leyenda de los cantantes del Delta, solo podemos hablar de Steve sin perder ninguna consonante. Y es que el show de un solo hombre que provee Steve es la provocación misma del rock n roll. El mito y la leyenda, la historia que sobrepasa la línea de la ficción; el personaje que se vuelve la realidad: no hay duda alguna de la experiencia que el hombre tiene encima de las tablas. Su primer largo para Thirdman no está lejos de lo que ya se le conoce a Wold, pero se diversifica: el mismo White la hace de baterista e inclusive Steve puede presumir que su bajista es John Paul Jones (quien esta de invitado en dos canciones). You Can't Teach An Old Dog New Tricks tiene el brillo del blues canónico y Wold se mueve por el mango de sus guitarras, slide al dedo, marcando el ritmo: desde el empaño de Waits Treasures, la cual abre el registro pasando por la tensión de Burnin' Up; Whiskey Ballad tiene ese porte de folk tradicional americano y hasta las uñas largas de Back in The Doghouse y I Don't Know Why She Loves Me But She Do que rascan en la tierra del blues.  Si Dylan desertaba a la idea de que el blues se había convertido en lo contrario a lo que representaba, Wold tiene unas cuantas corcholatas que escupirle directamente a la boca al de Duluth después de abrir unas cervezas.

Funciona de manera representativa, pero es cierto; es raro que alguien denomine un trabajo musical como paisajista. Y más que de cierta manera ese mismo trabajo se convierta en el pasaje sonoro que define el paisaje. Dimlite es un genio del tejido digital sonoro; en el pasado las tensas trenzas de su delicado trabajo siempre han flotado de maneras que parecieran retratar un espacio definido; lo urbano y real, donde cada hilo se es parte de una intrincada combinación de electrónica sugerente, hip hop de fronteras distraídas y paisajes. Su nueva entrega, Grimm Reality es de apuesta ciega al trabajo del peculiar músico ruso. Si bien Dimitri Grimm, nombre real del productor, es un mago para crear imágenes y transportar ideas visuales con su música, deja claro en temas como Through The Grimms / Stars Down que su intención es consolidarse con el torrente de movimientos alrededor; no necesariamente con los sonidos, sino más bien con lo real; los torrentes de imaginación que la práctica del sueño diurno nos permiten, la gente y sus caminos, las calles y sus interminables trazos. El rompecabezas que siempre llega a ser el arte de Dimitri transporta de tal manera que es imposible no tratar de armarlo; solo falta darle un significado común. O más bien representativo. Y eso ya es tarea de cada uno con la cual podríamos imaginar tantas cosas. Y hay tanto sonido de donde deshilar en este disco.

El soul está pasando por un periodo extraño en su existencia. Si bien el y sus sinónimos han cambiado y han pasado por mucho en los últimos 20 años, la realidad ha enfrentado lo moderno y la modernidad le ha tenido que enseñar una lección al género. Ya era hora que los chicos, esos muchachos que les encanta hacer todo desde sus piezas, pusieran al corriente un genero como el soul. Si bien los enterados se dan tiros en la cabeza por su denominación, el llamado chillwave no es más que la actualización y entendimiento del soul; un soul muy ajeno al de práctica común, pero soul al final. Chazwick Bundick lo sabe y su proyecto, contando su primer y este su segundo disco, funcionan como un plano azul que a bien o mal han sugerido una clase de sonido genérico a las invenciones de los críticos y su explicación simplista de una nueva generación de músicos que han puesto en manos presentes su entendimiento del soul, la electrónica casera y la emoción de los días húmedos. Underneath The Pine es diferente a su predecesor, en el las ideas que Bundick tiene particular interés en contarnos se han extendido a un punto mucho más complejo; y si bien a aquellos que gustan del genero quizás se sientan alienados en algún punto, en realidad es un gusto escuchar que alguien se administre un influjo de valentía.

Tal cual los pensamientos húmedos, con su carácter y grado de peligro inherente, Thin Wrist, el segundo disco del dúo Tearist, convoca al preludio adolescente de tal manera que funciona como bocado precoz de intenciones ambiguas. Compuesto en total de tomas en directo que el grupo grabara entre 2009 y 2010, sería imposible no rebajar la campaña ideológica del grupo al grado sexual. Desde el nombre inclusive se denota una sugerente imagen; pero leer entre líneas es innecesario con una apuesta al grupo. Yasmine Kittles, cantante del proyecto, repasa y recoge suspiros en sus actuaciones. Al igual que ha de ocasionar tumultos de tercer grado, su agenda musical junto con William Stangeland Menchaca al sintetizador es entendible mucho mejor en directo; ellos lo entienden y se dieron la tarea de que si segundo disco iba a representar algo, serian sus sugerentes y errantes grabaciones en vivo. Y aun cuando se le puede criticar la calidad del registro (todo grabado de manera lo-fi) extiende y explica mucho mejor lo que Tearist puede lograr. Esa intensidad que los unifica con Throbbing Gristle o ser un estilo de Suicide femenino; de la sugerencia al acto; de la importancia del coqueteo con el peligro y lo que se deja, o no, a la imaginación. Living: 2010-Present está lleno de ello.

En una discusión hipotética, al paso en el que van, el futuro vera el debate de quien es, o era si se da el caso, el mejor integrante de Animal Collective, tal se tratara de, por ejemplo, aquel cuarteto de Liverpool. Noah Benjamin Lennox es quizás el que lleva la delantera. La voz que recorre la mayoría de los discos de Animal Collective, aquella que fácilmente se puede reconocer como el aullido principal del grupo, ya lleva una carrera forjando la memoria colectiva de ecos, cantos y ritmos. En Tomboy, su cuarto disco, deja claro que si bien Lennox es un genio con sus herramientas comunes, siempre será reconocido por ser igualmente visceral presumiendo el hecho de que sus composiciones cautivan a su creador tan rápido como van siendo creadas. Y es que, aun cuando la formula existe, los discos de Lennox están a años luz del pop moderno; o quizás en realidad funcionen como embudo psicodélico o espejo reverberante de lo que ha ocasionado la música ligera en los últimos 40 años: el tropicalismo, el stoner rock, la psicodelia, el soul y los ritmos latinos; todo tal cual melaza pegajosa encima de las intenciones y rubros que el panda favorito de todos utiliza a su alcance. Y Tomboy, ese relajo de alturas exorbitantes y tuercas de plastilina, está concebido de esa manera, dándole seguimiento a una carrera de albures actuales del pop.


Australia también tiene a sus propios maestros del corte. Jonti viene de aquella tierra extraña y su música, aunque peculiarmente aproximada a cualquier otro temerario de las manualidades sónicas, resulta fresca: con un ligero toque de añejamiento análogo y búsqueda digital. Jonti ha sabido muy bien dar una carta de presentación y con ayuda de Stones Throw presentan este hermoso LP empaquetado de cargas y cargas de volcaduras imaginarias y recelo sonoro. La cantidad de samples y ruido con la cual este muchacho se ha dado la tarea de llenar aquel tazón que es su primer disco es sustancial: imaginemos una caja de pandora expuesta de tal manera que pareciera imposible cerrar por los torrentes de elementos que han salido de ella. Su música bien refiere a la imaginación palpable, aquella que “En vez de buscar adjetivos escritos para describirlo, obliga usar crayones y acuarelas para dibujar algo abierto a cualquiera interpretación” tal cual Jeremy Sole quería describir la música del Australiano. Con tanto color y material, es imposible no pensar en Jonti como un mago de las cualidades menestrales, un artesano que con aire y tonos vuelve voluble su propuesta y la encamina en espacios que nos remontan a nuestra juventud, la niñez y el entusiasmo debido a una revuelta compleja como realizar un dibujo que se convierta en un objeto de perpetua belleza.