Aun cuando Merrill Garbus y su pseudónimo musical tUnE-yArDs, no es ningún extraño de las tablas; BiRd-BrAiNs su primer disco paso casi desapercibido: editado originalmente en casetes reciclados por la misma Garbus no fue hasta principios de 2009 cuando vio su edición en edición limitada en Marriage Records en acetato, para después ser acogida por 4AD (sello que está recuperando terreno con sus fichajes) y quien le diera un lanzamiento mundial al disco a finales de ese mismo año. Su contenido quizás no entusiasmo mucho, paso por debajo inclusive del hype mas animoso, pero tuvo la fuerza suficiente para que la gente pudiera curiosear en lo visceral que es el show de la señorita Garbus; la energía que desborda en directo es suficiente para noquear la saliva de quien contemple boquiabierto sus malabares musicales: sola, pedaleras a pie, va armando los bordes de sus canciones con un registro que no se escucha regularmente por la empedradas calles del flujo musical moderno. Su voz, de tesitura solemne tiene una fuerza y confianza magnifica, tanto que en W H O K I L L, su segundo material, la incontrolable labia de Garbus se balancea de un lado a otro dejando poco espacio al escucha de reflexión; su disco es una prueba de atención y un golpe de agresividad directo.
La mariposa atlas, de esas maravillas de la naturaleza, puede medir hasta 25 centímetros, especialmente las hembras, quienes son más largas y pesadas: y si bien el denominante femenino abunda en la especie natural, del otro lado, inclusive del charco, en Chicago un grupo de masculinas personalidades toman el nombre prestado para bautizar a su banda. An Ache For The Distance, el segundo disco del quinteto, es un caso curioso: de un particular punto de vista, juzgando el disco de manera superficial, podríamos mantener el juicio de que un disco más de sludge metódico y holgazán. Pero en esta, y muchas más obras, el transfondo, la imagen y lo oculto son la verdadera magia. Con atención podemos recalcar fácilmente las garras del metal inteligente, los gritos y la melodía; escarbamos más y podemos hallar inclusive el industrial europeo, Swans y la brutalidad excesiva y callada del post rock más suave o el folk intimista disfrazado de alejo violento. Entonces se puede comprender, quizás no en un sentido literal, pero si con imaginación, el por qué un grupo de cinco hombres decidiera tener un nombre con tanta reminiscencia femenina: si por algo son conocidas y afamadas, y por qué no: amadas, es porque la fémina es, sin duda alguna, irremediablemente impredecible con tantos misterios que no se leen a primera vista; tal cual este disco.
Las cosas en perspectiva se comprenden mucho mejor: si bien la idea de una banda de metal, o aquella etiqueta que a muchos tanto asusta como atrae, black metal, conlleva imágenes determinadas, hablemos de Wolves In the Throne Room. Banda de Washington, primeramente, está completamente alejada de la parafernalia del black común, compuesta por Nathan y Aaron Weaver, hermanos de sangre cuya misión es abocarse por la brutalidad melancólica que la física: Aaron, batería de WITTR, alguna vez expreso el hecho de que lo que buscan en realidad, en su explicación a su aversión por el moshing, es que su público “Se tire al suelo a llorar”. Y si se necesitan pruebas de su objetivo, Celestial Linage son suficientes credenciales para demostrar que WITTR son amantes de lo análogo, la ecología, el ocultismo de la naturaleza y su desprendimiento de la sociedad moderna y claro está de la tristeza abrasiva. Su quinto disco busca unificarse directamente con la naturaleza; tal cual es la intención que el arte de su tapa lo representa. Y como naturaleza viva, Celestial Linage se vuelca sobre su entorno de manera nativa, rápidamente y con una brutalidad que no perdona. Tal cual agua encima de la superficie, tal cual musgo sobre lo que llegue a tocar el fondo del mar, tal cual fortuna de lo que se interponga en el paso de una planta en crecimiento. La hermosura de ello es tal que lo crudo de su propuesta es proporcional junto con cada una de las finas tesituras que se contemplan en todo el disco, tal cual los paisajes de Olympia que tanto quiere retratar en ruido el dúo.
Aun cuando la sospecha de lo común abraza lo que concebiblemente puede lograr el combo folkie de Seattle, Fleet Foxes parece no importarle y continúa su camino con naturalidad y espesa finura. Si bien Horse With No Name viene a la cabeza cada vez que suenan, es difícil confundir el hecho de que la marca del grupo es única y responde a una señal solemne. En su segundo tiro, el cual en costumbre de la música norteamericana lleva la etiqueta de “Blues”, Fleet Foxes da un paso agigantado. Si bien la música no cae tan lejos de su homónimo, se nota que la intención del grupo es llegar a espacios aun más repletos, y curiosamente, sin dejarse llevar por la cercanía de su propuesta, uno bien podría jurar por el gusto del grupo a esas melodías sacadas del baúl del pasado, que estos muchachos pertenecen a otro tiempo. Su honestidad es de hambre melódica, no de revivalismo sin ética. Y si algo ha aprendido el grupo con el paso del tiempo, melodías corales aparte, es que la elegancia se le debe a un retrato honesto, lleno de imaginación y voluntad. Extenuante se vuelve volcarse directo a un disco con tanto detalle y preciosos adornos; las letras que comulgan con las melodías lejanas están a aquel éxito de America, aquí no hay simplicidad, si no mitología estadounidense, su conexión con el tiempo, principalmente el pasado, la arena y el polvo; los viajes y el agua salada. Las imágenes que invocan son tan densas que es incomodo no pensar en ellos como valientes estandartes de la rectitud folklórica norteamericana; como si fueran un paso adelante y propiciaran un futuro cálido perpendicular a la costumbre de su país. Tan intensa como sabia.
John Holmstrom en aquel documental de Don Lets, Punk: Attitude, mencionaba la intensa y particular diferencia de una banda punk norteamericana a una inglesa. El cómo las primeras podían presumir de un sentido del humor que las segundas carecían. Ya en los noventas, aquella edad dorada del punk adolecente, la música se torno aun más simple y alegre, y si bien Pavement y similares construyeron un fuerte de tonadas pegajosas con su entendimiento punk, del otro lado del charco lo brillante se media de otra manera; su entendimiento se había convertido en una clase de oportunismo purista y había dejado de ser divertido. Ya con el tiempo encima y lo ambiguo que es el pasado con el presente, es curioso que uno se pueda sorprender con algo como el primer disco de Yuck, homónimo que si bien responde a manufactura Inglesa, ya que el grupo proviene de la capital del país, no suenan más que a puro rock estadounidense. Y uno se puede imaginar de todo con el disco; salir a pasear, las corazonadas jóvenes, las guitarras fender y las riot grrls; hay tanto por lo cual suspirar y si bien es necesariamente para un tipo de persona en especial, los que gustamos de aquel simplón despojo de rock no tenemos suficiente con lo que conocemos y discos como este nos pueden acompañar fácilmente bajo el sol del rock lleno de feedback y energía.
El final del lado b del disco, la última pieza, escuchando In Love and In Justice uno no puede más que preguntarse si lo excesivo ha pasado a convertirse en belleza; o si la belleza en estado puro puede llegar a convertirse en excesiva. La reflexión es un detalle que suele pasar desapercibido regularmente de manera sencilla, pero en la segunda parte de la historia que va escribiendo Colin Stetson, es difícil, si es que no imposible, no reflexionar ante la palpable muestra física y emocional que el capitulo dos, Judges, de su New History Warfare puede entregar. Los cuestionamientos comienzan; y si bien conocer el hecho de que todo el registro fue capturado con 20 micrófonos bien distribuidos por todo un cuarto en el mítico Hotel2Tango al completo en una sola toma, solo sirve para helar aun más la sangre y todo el disco sirve como una lección imposible de jazz de cámara donde Stetson estira hasta las posibilidades de sus instrumentos. Reconocido saxofonista, Stetson juega peligrosamente en los bordes del avant garde y el jazz de texturas convexas; tal cual el infinito, la vuelta completa que le da a sus elementos, son los mismos que abundan como cuestionamiento. Y es particularmente imposible no cuestionarse de que tamaño tiene este hombre sus pulmones, tanto para haber creado tales bestias, tal cual hermosas como peligrosas.
I’m New Here de Gil-Scott Heron fue una revelación sorpresiva; número tres en nuestra lista de lo mejor del año pasado, XL sorprendió a medio mundo con un lanzamiento increíble de un personaje que fácilmente ya había pasado a largo. En 2009 igualmente el cuarteto ingles (que luego se convertiría en trió) The XX, encabezaría los titulares con un disco que parecía haber salido de una cueva aislada repleta de intimidad y sudor y con una gira como cabezas por medio mundo, el trió continuo su camino; y aun cuando su agenda pareciera que no se lo permitía, Jamie XX, el hombre detrás de los mpc’s, quien por cierto se encargo de toda la producción del debut de su grupo, tomaría aquel I’m New Here de Heron y lo prepararía para la pista de baile. Si el debut que Jamie concluyo con sus amigos tenia influjo sonoro marcado de cierta manera por el r&b, grime y dubstep, su debut en solitario hace que Gil-Scott Heron se convierta en una diva disco. El tema inicial simplemente, va de ser una canción de Bill Callaham sorpresivamente tomada por Heron a un montaje en medio de una ola de grime en vías de club londinense (con Gloria Gaynor incluida). Ese chico prodigio del remix no ha escatimado recursos aquí; de hecho es curioso recalcar el sentido e individualismo urbano propio de Heron que igualmente comparte Jamie; es entendible (y obvio) el acercamiento al material de Heron, donde Jamie aprovecha y recluta viejos ritmos, sonidos encontrados y referentes de la carrera del poeta norteamericano y al mismo tiempo incluir el influjo sonoro de su misma personalidad: si bien los dos se encuentran en partes diferentes, al final Jamie deja entrever que igualmente tenían mucho en común.
Las puntas de los dedos pueden llegar a ser poderosas; las manos en general han sido siempre sistemas, errantes proverbios de nuestro cuerpo. Las extremidades responden a los ataques diversos provenientes de nuestro cerebro; ya sean consientes o inconscientes. Grabado en septiembre 24 de 2011, en Washington DC, Richard Pinhas, aquel heredero de las texturas de Fripp y ese dios del drone, Masami Akita, unieron fuerzas para grabar un directo y convertirlo un capítulo más en la sustancial discografía (de ambos, pero principalmente de Akita). En el registro, todo es matices y textura. El acompañamiento que Akita hace a las torrentes eléctricas de Pinhas es mínimo y solo en ciertos casos ahoga por completo las mismas, y si bien aquí podemos atrevernos a declarar que Pinhas, con esas manos que corrompen el silencio, expone quizás lo mejor de sus posibilidades sónicas a la guitarra y en contrapunto Akita las reviste de tanto influjo encuentra alrededor. Tal circunstancia es la determinante del poder sónico de este material, donde lo ambiental construye una brecha entre la composición inmediata (tal como la definia Fripp) y la búsqueda compartida de los dos autores.